21 agosto, 2010

Primavera Sound Festival 2010 - Sábado

 

 

 

 


Después de pasearme por sus calles repletas de turismo, fotografiarme con estatuas humanas, probar unos montaditos, y echarme a tomar una siesta en un pasto cercano al mar a fin de para recuperar algunas energías que me sirvieran para las siguientes horas de recital, enrumbé hacia el Parc de Forum de Barcelona para lo que sería el último día (grande) del festival.



Mientras hacía la cola para ingresar, escuchaba una canción que hubiera preferido escuchar desde dentro. Me entró ansiedad de entrar ahí mismo, y cuando lo hice, seguí el rumor de aquella bulla y caí directamente al escenario Pitchfork. El flaco Bradford Cox ya estaba haciendo su papel de Atlas Sound.


La verdad que sonaba bastante mal. Debía ser el escenario con peor sonido. Igual poco importó eso porque al final Cox inundó sin pedir permiso todo el aire con su guitarra de palo, armónica, efectos de pedal y voz. El solito hizo todo, como un Bob Dylan jovencísimo y adaptado a los tiempos. Lo hizo todo y lo hizo genialmente. Cuando sonaba me preguntaba ¿cómo diablos generaba esos efectos tan bien sincronizados desde únicamente sus pedaleras?, es decir, las secuencias, ruidos, acoples, y todo aquello que generan, por decir, 3 personas normales, esta vez los generaba tan sólo un tipo larguirucho. Era demasiado, y la sensación de performance pobre que me temí cuando de entrada lo vi, parado y sin banda de soporte, se me fue desvaneciendo rápidamente mientras lo oía. Y habrían unas 4 mil personas en lo mismo, todos estábamos capturados por ese punto central de atención, por ese imán que en los intermedios se preciaba de un carisma y amabilidad que rozaban la inocencia, (decía “thank you guys”) la misma que uno no se espera después de escuchar los discos de Deerhunter o Atlas Sound que más rozan con la locura.

Al menos para mí esta claro, Cox es el genio de nuestra era, nos venció a todos en ese escenario y realmente nos dejó queriendo más. y sus canciones, las del disco Logos se mezclaron con algunas otras que no conocía pero que tuvieron exactamente el mismo efecto hipnótico que todas. ¡Si ya quiero conseguirlas todas!



Habría luego un hueco de casi 2 horas en el que podría haber visto algunas performances, pero sabiendo que al final cerraría la noche con Orbital, opté por tomármelo con calma y pasear por ahí. Incluso salí por algo de dinero y comida pues dentro la cosa era bastante cara. Así compré el polo del festival, tomé fotos, probé kebab, etc.

Y me senté en tribuna, tranquilo, bien acomodado, para ver a los Grizzly Bear. Una banda que nunca me terminó de gustar, pues si bien los discos Yellow House y Veckatimest se precian de calidad musical, variedad instrumental y complejidad en arreglos, no es algo que me ponga loco cuando los escuche. Pero por lo anterior bien merecían la atención. Así, iniciaron la performance, sonaron una tras otra las canciones, y en un momento dado ya me encontraba disfrutando de su sonido. Veía que adelante algunos fanáticos trataban de ondear las manos al ritmo de sus canciones más conocidas, llámese Two Weeks, tarea difícil claro esta, pero con unas cervezas encima todo parecía posible.  La banda es muy profesional en lo suyo, con una correctísima ejecución, poniendo muchos silencios y pausas en medio de las canciones que lograban silenciar a la audiencia que de otra forma tendería a estar bulliciosa, como en el resto de conciertos (pues para habladores los españoles). Es decir, la propuesta de los de Brooklyn cuajaba, y todos participaban en el mundo Grizzly. Los mejores momentos y como en sus discos, los tremendos coros que se hacían Daniel Rossen, Ed Droste y Chris Taylor muy concentrados al micrófono los 3 y dándole una buena ración de calidad musical al festival.  Definitivamente un buen acto.



Seguí la marcha, y esta vez llegue temprano para ver a los Built for Spill. Me acomodé adelante, luego de ir por una cerveza. 

Como banda, le quitas al cantante Doug y el resto queda con un aspecto más agresivo, casi grunge. Pero este vocalista/guitarrista semi-calvo de eternos polos resinosos y ajados tiene al fin un aspecto que suaviza al resto. Aunque se la pasara molesto en el show por supuestos monitores que le reventaban los oídos. “hey dude, seriously, low down my monitors”.  Y tal parece que este líder serio y afable a la vez, es quien lleva a la banda a transitar estilos que a veces son lanzas directas al corazón de tan intensos que son,

El rock de BTS es guitarrero total pero no a decir basta, sino, a decir quiero más. Y su concierto se limita a canciones tras canciones, que te llenas de guitarra. Luego en un momento te topas con temas tan logrados como Go against your mind o Carry the zero, que se precian de usar sabiamente notas musicales que “nunca fallan” hasta llevarlas a niveles de emoción que se agradecen. En el momento final de Carry the zero  con su alargado llanto de guitarras se me hizo un nudo en la garganta de la emoción de lo bien que la estaba pasando envuelto en esa noche de rock, gente, guitarras y Barcelona. Era la última canción, cerré los ojos y lo absorbí todo hasta que el show se acabó,  no hay más que decir.


Y cuando salí del show, yendo a sacarme el clavo con los Pet Shop Boys (a quienes no pude ver en Lima) todavía un poco emocionado por lo hecho por BTS, sentía una felicidad rara, de esas que son poco intensas pero son. 

A estas alturas los PSB son respetados por todos lados. La propuesta visual de su show “Pandemonium” es intachable: cubos, colores, y bailarines. Todos sincronizados a la perfección, bailando al ritmo de la música de este dúo tan talentoso como profesional. La verdad es un espectáculo de calidad casi teatral que estalla de energía y luces con superclásicos discotequeros de toda la vida como New York city boy, Go west, Always on my mind. Todos bailamos, todos nos vacilamos, y todos admiramos a los artistas, ¡Qué calidad de banda! ¡Qué calidad de Show! ¡Qué calidad de festival!.

Pero me tenía que ir rápido, y estaba tan cansado que me dolía. Tocaba Orbital al lado, y tenía que estar adelante. 



Cuando llegué al escenario San Miguel, debía de haber unas 100 personas. Fue cuando me di cuenta que me había apurado un poco, todos aún estaban bailando con los PSB. y otros optaron por ir a ver a los también excelentes The Field, Igual yo necesitaba descansar.

Media hora después, la manada ebria, agitada y exhausta de buenos momentos empezó a llegar, y rápidamente éramos unas 5000 personas listas para el fin de fiesta con el dúo inglés. Yo me encontraba adelante, y me refiero a tocando la baranda, rodeado de gente que tenía ganas de conocer gente, bailar, beber y fumar con gente a quien no necesariamente conociera minutos atrás.

Lo de Orbital, lo soporté de pié sólo porque eran ellos y sus consolas. Fue genial verlos frente a mi, a pocos metros, y escuchar su poderoso sonido, aquel que tanto me entusiasmó en sus discos iniciales. Me sumergí en los beats, en el baile, el jaleo, el bullicio, los canticos sobre lo ininteligible, en las luces, los estallidos, etc. Esas cosas típicas de un show electrónico tantas veces sobrevaluado pero que esta vez estaba siendo llevado por auténticos dinosaurios del genero, los verdaderos creadores de la cultura rave. Lo demás son huevadas/boludeces/gilipolleces.



Era un sábado por la noche en la madrugada de domingo y era así como lo estaba pasando, muchos kilómetros de casa, la primera y la segunda. Las cosas no habían cambiado demasiado al final de cuentas.


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Siempre recordaré este evento como el primero en que vi tantos artistas reunidos, como uno de impecable organización, como un espacio de música, libertad y paz. Justo lo que nunca falla.

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